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Padres culpables

Padres culpables

A lo largo de la Historia, la infancia ha sufrido una gran transformación: de considerarlos simplemente pequeños adultos, hemos pasado a celebrar la infancia como el período más mágico en la vida de una persona.
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Esforzarse por comprender a nuestros niños, por aproximarnos a su sensibilidad y participar de su vida es algo fantástico. Enriquece las relaciones familiares, facilita la convivencia y nos permite disfrutarlos sabiendo que crecerán. Pero, ¿qué necesita un niño para ser feliz?

En nuestra sociedad tratamos de responder esa pregunta continuamente y nos esforzamos (muchísimo) por tener hijos felices. En ocasiones, perseguir este objetivo puede amargarnos la vida, transformar la visión que tenemos sobre las cosas que importan y desconectarnos incluso de nuestros hijos. Puede que nos quedemos solos, enfrascados en lograr la experiencia perfecta, el cumpleaños perfecto, el colegio perfecto, el disfraz perfecto.

Y, después de todo el esfuerzo, cuando deseo y realidad no coinciden, aparece la culpa.

El mundo está lleno de padres y madres que se sienten culpables por trabajar muchas horas, por ejemplo. También los hay que se sienten culpables porque no consideran que el otro miembro de la pareja sea el mejor padre posible. Otros, simplemente, sufren al ver que el hijo sufre, aunque sea una parte fundamental de la vida.

Vamos a explorar un poco más qué nos hace sentir culpabilidad y cómo deshacernos de ella.

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SER FELIZ

¿Eres feliz? ¿Ahora mismo eres feliz? La mayoría de nosotros puede responder a esto con un “no sé, ahora mismo estoy desayunando”. Por definición, la felicidad no es un estado en el que se pueda vivir, sino una especie de conclusión que uno saca sobre su vida, en general y retrospectivamente. Por supuesto que hay momentos de gran felicidad, de emoción intensa y alegría. Seguramente esperar a los Reyes Magos entre dentro de esa categoría para los niños, pero si lo que estamos esperando es que se muestren siempre alegres, lo llevamos mal.

Como nosotros, los niños pasan por toda suerte de estados emocionales, sobre todo teniendo en cuenta que están creciendo y desarrollándose. Como padres, debemos dejar que todo ese abanico emocional aparezca y ayudarles a reconocerlo, a manejarlo, a escucharse a sí mismos.

NIÑOS DE CRISTAL Vs. NIÑOS DE BAMBÚ

padres culpablesLo que puede ocurrir si nos centramos en que nuestros hijos sean felices a toda costa, es que no lo sepan ser. Con esto nos referimos a que identificar felicidad con ausencia de malestar, de dolor o de conflicto hará de nuestros hijos seres dependientes y con baja tolerancia a la frustración. Niños que de adultos se ahogarán en vasos de agua, con dificultades para reconocer las cosas buenas de su vida.

Lo esperable es que, como padres, queramos lo mejor para ellos, pero redefiniendo nuestra idea de “lo mejor”, que veremos a continuación.

Cuando nos esforzamos por alacanzar la dicha absoluta de nuestros niños los convertimos en seres de cristal, que, por supuesto, pueden romperse al mínimo golpecito. Diseñando (en nuestra cabeza) una vida perfecta para ellos, también los estamos alejando de nosotros mismos, que no somos perfectos y que un día pasamos por las mismas cosas a las que se enfrentan ellos ahora: conflictos en el colegio, desamores, desilusiones, enfados, tristezas.

Si le damos valor a estas experiencias y nos situamos a su lado podemos ayudarles a ser “más como el bambú, que se dobla pero no se parte”. Esta será una gran contrubución a su bienestar y su felicidad futura.

NUESTRA PARTE

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Los niños viven observándonos y registrando lo que hacemos. Después sacan conclusiones, qué maravilla.

Cuando la culpa nos domina por la razón que sea ( nos divorciamos, creemos que no pasamos juntos sufiente tiempo, sentimos que les decepcionamos, no hemos sabido comprenderles en algún punto, etcétera, etcétera, etcétera.) ellos absorven eso. Si la culpa es parte de nuestro día a día también lo será del suyo y llegarán a preguntarse si para no sentirla han de ser perfectos. No nos extrañemos ni nos llevemos las manos a la cabeza porque es lo que estamos haciendo nosotros.

Revisemos lo que un niño necesita para ser feliz: nuestra presencia y nuestro apoyo, sentirse queridos, valorados y aceptados. Así de complejo y así y de sencillo.

No se parece mucho a sentirse colmados: colmados de tiempo, de objetos, de experiencias positivas o de buenos recuerdos.

Aquí está la brújula del padre para hacer retroceder la culpa. No debemos intentar ser nuestra mejor versión, sino quienes somos, con nuestras virtudes y nuestros defectos, nuestras largas jornadas de trabajo y terribles disfraces de última hora o menús que se repiten un par de días porque no hemos tenido ganas de ponernos a cocinar. Garantizando a nuestros niños que son apreciados y queridos no hace falta mucho más. Si dejamos que nos conozcan como somos, que nos comprendan, también ellos se sentirán comprendidos.

Así les damos una infancia más real, más positiva que feliz.

Elena Sánchez-Porro Frías e Irene Albert Cebriá.

 

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